martes, 6 de junio de 2017

EL CARTÓGRAFO
TÍTULO: El cartógrafo
AUTOR: Juan Mayorga
EDITORIAL: La uÑa RoTa
SUBGÉNERO: Drama
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2017

La huella es el eco de la memoria.
“Érase una vez en el gueto. Mientras todo moría a su alrededor, un viejo cartógrafo se empeñó en dibujar un mapa. Pero como sus piernas no lo sostenían, como no podía ir a buscar los datos que necesitaba, pidió a una niña que lo hiciese por él”. Marek le resume a Blanca una historia con apariencia de cuento tradicional. La historia, con mayúsculas y minúsculas, atrapará a Blanca casi tanto como atrapó a los judíos en el gueto de Varsovia. ¿Qué fue de aquella huella en forma de mapa que alguien trazó para dejar testimonio de aquella ignominia? Todo será un necesario tirar del hilo en el laberinto del pasado y de las emociones hasta encontrar, o no, la salida. Alguna salida.
Después de leer El cartógrafo, el lector ya no mira igual un mapa. Los personajes de Mayorga hablan como si tuvieran la mirada perdida en el infinito, pero saben bien qué miran; y miran demasiado lejos para nosotros. Aun así, confiamos en ellos y a su mirada nos agarramos, porque sabemos que nos llevarán a algún sitio. Eso sí, una vez allí, quizá nos dejen solos. A pesar de que “en el teatro todo responde a una pregunta que alguien se ha hecho”, como dice Deborah a Blanca, sin embargo, “hay mapas que matan y mapas que salvan”. Quizá también haya teatro que mate y teatro que salve; las obras de Mayorga son de las que salvan, aunque la salvación no sea fácil…
Mayorga se convierte aquí en cartógrafo y El cartógrafo es su “mapa”. Lo tenemos delante y quizá no sepamos verlo; como tampoco hemos sabido ver el mundo en peligro que vaticinaban a gritos los mapas que el Anciano despliega ante los ojos asombrados de la Niña; mapas agoreros como Casandras trágicas… “El teatro como mapa; el dramaturgo como cartógrafo”, escribe Alberto Sucasas en un lúcido epílogo que cierra esta edición de La uÑa Rota y que servirá al lector de lupa y guía para viajar por por este asombroso mapa que es El cartógrafo. Porque El cartógrafo no es lectura superficial. Bajo su apariencia extraña, esconde mucho más de lo que imagina el lector cuando abre sus páginas. Como la nieve, de la que habla Magnar: “La nieve es difícil. Parece sencilla, pero a nivel microscópico es muy compleja”. Como el lago, en aparente calma, de San Manuel Bueno, mártir.
Lo bueno es que el Anciano enseña a la Niña. Su ojo experto se apoyará en los ágiles pies de ella. Y será cándido cuando convenga y estricto cuando toque. Porque es esencial que ella aprenda a mirar. “Mirar, escoger, representar: ésos son los secretos del cartógrafo”. Claro, no todo el que tiene ojos sabe “mirar”. Ni siquiera todo el que sabe mirar acierta a seleccionar, “escoger” aquello que debe figurar en el mapa y lo que no; “el vicio del cartógrafo es querer ponerlo todo”, “definitio est negatio”. Y solo así, quizá, la joven cartógrafa alcance algún día a “representar” la ratonera, el gueto de Varsovia que las plantas de sus pies y sus pupilas, adiestradas para no dejarse engañar por sí mismas, tan bien conocen.  Pero ¡qué difícil incluso así! ¡Qué difícil hacer un mapa vivo! Porque eso implica inocular el tiempo en el mapa, que es como inocular la vida. “No basta mirar, hay que hacer memoria. Lo más difícil de ver es el tiempo”, le dice Deborah a Blanca.
Cuando vi El cartógrafo sobre un escenario, fue tal el arrobo que sentí durante las dos horas aproximadas que puede durar el espectáculo que tuve la sensación de salir de la sala tras haber sufrido el embate de una ola poderosa o el deslumbramiento de una luz intensa y absorbente. En el papel hay muchos personajes; en el espectáculo también los hay, pero actores solo hay dos. Sensacionales.
Blanca Portillo da la sensación de ser el perfecto saco proteico en que debe convertirse una actriz para, tras vaciarse de sí misma, dejar entrar lo que su personaje propone. Y arrastra esa obsesión y esa desazón de Blanca (¿la otra o la misma?) como si de una pesada carga se tratara. Su dominio del cuerpo, su juego con la voz, su diapasón emocional… dejan huella en el espectador.
Por otra parte, casi diría que ni siquiera incomoda la típica voz disfónica de José Luis García-Pérez a la hora de traer y llevar con acierto tantos personajes de un lado a otro, por dentro y por fuera de los límites que se dibujan en el escenario.
Mayorga, director ya de sus últimas piezas, traza una puesta en escena que, como he sugerido más arriba, te atrapa y no te deja; si no en todo momento, casi. Después de ver su “mapa” en escena, tengo la sensación de que la experiencia ha dejado una huella indeleble en los dos actores. Como no serán los mismos Blanca y Raúl. Como creo que es difícil ser exactamente la misma persona después de haber leído El cartógrafo. De piedra habría que ser para ello… Y es que… ¡cuántas preguntas! Por eso este es un libro felizmente difícil, porque “hacer preguntas es mucho más difícil que medir y dibujar”. Pero eso no significa que este “mapa” sea neutral. No. “Si un  cartógrafo te dice que es neutral, desconfía de él. (…) Un mapa siempre toma partido”, le dice el Anciano a la Niña.

 “El mapa hace que exista Francia”. ¡Cuánto en tan poco…!

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